martes, 31 de marzo de 2015

"El último deseo", leyenda toba

"El último deseo", leyenda toba

versión de Sol Silvestre

¡Ay, del joven Cosakait que no fue amado! ¡Ay, del pobre corazón que no supo resistir!
¡Pero era tan bella! Como el canto de la calandrita agujereando el silencio de los bosques.  Como el blanco carpintero que, invisible, resonaba en las palmeras.
Bella, si la brisa enredaba sus cabellos. Si la arcilla acariciaba sus manos. Si, trenzando las fibras del caguaratá, sus dedos hacían canastas y cestas.
Bella, si sus pasos bajaban al río. Si el agua cristalina le besaba las manos. Bella, en el enojo. Bella, en la sonrisa. Bella en el asombro y en la ausencia.
¡Pobre Cosakait, cuánto la amaba! ¡y qué grande, en cambio, el desprecio de ella!
─¡Ya deja de mirarme, que me hartas!
─Siempre en mi camino ¿puede ser?
─ ¿No puedes apartarte de una vez?
Pero el pobre Cosakait no podía (¡no podía!) apartarse ni un poco de sus  ojos profundos, que eran luz y sombra. Como el ocaso.
¡Ay, del joven Cosakait que no fue amado! ¡Ay, del pobre corazón que no pudo resistir! Una noche la fiebre lo abrazó, como anaconda,  y sus labios, sedientos, pronunciaron el nombre de la amada, una y otra vez.
Una y otra vez la llamó, suplicando. Pero ni la muerte ─que ya habitaba su mirada y  su voz─ pudo quebrantar la indiferencia de ella.
─¡No iré a verlo, no! ─le dijo a sus hermanas, que piadosas, intentaron convencerla de que fuera. Se lo dijo también al piogonak, sabio anciano entre los hombres, que no hallaba la forma de sanarlo. ¡Ni sus mágicas manos, ni los cánticos, ni el tabaco prodigioso con el que otras veces, a otros jóvenes, él mismo había curado!
─Ya no hay nada que hacer, ¡se morirá! ─imploró el anciano. Y ella, sin mirarlo, volvió a su telar. A pensar: “¿Con qué flor adornaré mi trenza: lapacho o jacarandá?”.
Pero K´atá, que todo lo ve y conoce, se apiadó de Cosakait. Y a pesar de que no podía (¡ni él podía!) cambiar los sentimientos de la ingrata joven, atendió a la voluntad del pobre moribundo, que antes del último suspiro, musitó:
─Quiero estar siempre con ella. Adornar su cabeza con preciosas flores. Espantar los insectos que la perturben. Perfumar el agua que toque su rostro. Y ser mensajero: ya que he de morir, llevaré sus plegarias hasta el cielo.
Aquella triste mañana, los amigos y parientes de Cosakait pintaron su rostro con carbonilla. Caminaron, desolados, con el muerto a cuestas. A la vera del río lo sepultaron. Y lloraron su ausencia.
La joven no acudió al funeral. Y por muchos días no salió,  porque el peso de una piedra se le metió en el pecho. Pero un amanecer caminó hacia el río. En el reflejo del agua, viéndose tan bella,  se sacudió la culpa.
Y enseguida vio el brote. No sospechó que allí mismo estaba sepultado Cosakait, y sus dedos se enterraron, ansiosos, bajo la tierra fresca.
Cosakait la sintió. Un vigor inexplicable le llenó el espíritu que ya no habitaba su antiguo cuerpo. Ya no era un hombre amando a una mujer: era una raíz y un brote. Un brote delicado y muy pequeño. Que, tocado por el recuerdo de su otra vida, comenzó a crecer y a crecer. Prodigiosamente. Hasta volverse un árbol, lleno de aroma y ramas. De verdes hojas y preciosas flores.
Y así lo amó la mujer que antes lo había despreciado. Adornó su trenza con los bellos capullos que se ofrecían de a miles en las ramas. Con su perfume, espantó a los insectos y aderezó las aguas con que se bañaba. Y elevó su voz hasta los dioses quemando la madera. Un humo tenue y aromático llevó sus ruegos a K´atá.
Los hombres llamaron a aquel árbol palo santo. Y lo usaron en ceremonias rituales. Y bebieron sus hojas curativas. Y tallaron su madera. Y ahuyentaron los insectos y las plagas con su savia aromática. Porque el palo santo es un árbol bueno, nacido del amor. Del amor que da sin recibir. Sin reprochar ni esperar nada. Del amor que se entrega sin razón. Del más puro que existe entre los hombres. Que habita más allá del tiempo y de la muerte. Que no acaba jamás.

"Los Narradores de Historias", de Alejandro Dolina

Los Narradores de Historias

Existen pocos datos acerca de los Narradores de Historias. Nunca se supo de dónde venían aquellos hombres vestidos de negro. Llegaban en bicicletas al anochecer y recorrían la plaza canturreando un pregón suave. —Historias, historias… ¿quién quiere oír una buena historia?… Por una moneda relataban sucesos reales o fantásticos: entreveros amorosos, leyendas diabólicas, fabulitas arrabaleras o simples cuentos zafados. Sus mejores clientes eran las parejas de enamorados, los linyeras, los Hombres Sensibles de Flores, Los Muchachones Crueles y los Refutadores de Leyendas, que se hacían contar historias para no creer en ellas. Cuando no había candidatos, los Narradores intercambiaban relatos entre ellos mismos. Y a veces, en las noches lluviosas, los caminantes vislumbraban siluetas solitarias contando historias al viento. 
Un rato antes del amanecer, se iban con rumbos diferentes, a veces, interrumpiendo una frase, como si obedecieran a alguna señal secreta. Sus nombres eran desconocidos y a decir verdad, la gente apenas si distinguía a algunos de ellos con apodos más bien ocasionales, como El Barbudo, El Morochito o El Petiso. 
Los Hombres Sensibles sentían una cierta predilección por las narraciones de El Sucio, también llamado Letrina, un individuo maloliente y codicioso que acostumbraba a detenerse en lo mejor del cuento para exigir nuevos aportes. El hombre no concedía créditos y muchas de sus historias quedaban sin final, a causa de la insolvencia de sus oyentes. 
Hoy los Narradores ya no andan por la plaza. 
Quedan, sin embargo, retazos de algunos de sus relatos. 
Nosotros, sin pedir contribución alguna, obsequiaremos a nuestros seguidores con una pequeña colección de relatos que la muchachada del Ángel Gris conoció en los años dorados del Barrio de Flores. 

Historia del hombre que sabía que iba a morir un viernes Los poderes del Ángel Gris son muy limitados. Apenas si es capaz de humildes milagros de cuarta categoría. Por eso, cuando trata de favorecer a alguien, lo más probable es que lo reseque para todo el viaje. Una tarde, el Ángel comunicó al farmacéutico Luciano B. Herrera que su muerte se produciría un día viernes. 
Al principio, el sujeto aprovechó el dato con cierta astucia: arriesgaba la vida sin temores en sus días de inmortalidad, mientras que los viernes se encerraba bajo siete llaves. 
Muy pronto el miedo comenzó a trastornarlo. Los domingos y lunes mantenía una relativa calma. Los martes y miércoles lloraba en silencio. Los jueves visitaba a sus amigos y parientes para despedirse de ellos. Los viernes enloquecía y suplicaba clemencia a gritos. Los sábados se emborrachaba para festejar su buena suerte. 
Las cosas fueron empeorando. Herrera tuvo que cerrar la farmacia, cayó en la miseria y adquirió una merecida reputación de chiflado. 
Se suicidó un martes, ante el beneplácito de quienes sostienen la doctrina del libre albedrío. 
Los Refutadores de Leyendas pretenden demostrar la inexistencia del Ángel Gris con esta historia, que apenas alcanza para demostrar su ineficacia. 

Historia de la mujer demasiado hermosa En la calle Bacacay vive una mujer muy hermosa. Tan hermosa que no es posible describir su aspecto, pues quien alcanza a verla se muere. La mujer está triste y desesperada. 
Todas las noches se sienta frente al espejo y pasa largas horas tratando de afearse con estuques y carmines. Pero no hay nada que hacerle: cada día está más linda y más sola. 
Su hermana —dicen— no vale gran cosa y sin embargo tiene uno o quizá dos novios. 
Los muchachos valientes de Flores juran que son capaces de desafiar a la muerte con tal de ver a la mujer demasiado hermosa. 
Pero siempre llaman a puertas equivocadas, donde los reciben señoritas vulgares o japoneses que no comprenden el idioma. 

Historia de los demonios del baño de la estación 
Una noche de invierno, el guitarrista Pizzurno se metió en el baño de la estación Flores. 
Mientras trataba de acomodarse en las inhóspitas instalaciones, surgieron de lo profundo unas enormes garras. Pizzurno trató de huir, pero fue aprisionado y hundido, a través del sanitario, en un infierno fétido. Allí está todavía, prisionero de los demonios, que lo obligan a realizar humillantes comisiones. Sus lamentos se oyen en las noches serenas. Algunos crotos dicen haberlo visto remolcando barcas infernales bajo la avenida Juan B. Justo, tumba del Maldonado. 
Por eso nadie entra jamás en el baño de la estación Flores. 
Los peregrinos apurados prefieren pedir permiso en las casas cercanas —en último caso— arriesgarse en los bares de la calle Artigas. 
En la boletería del ferrocarril aún guardan la guitarra de Pizzurno. 


Historia de la manzana misteriosa del Parque Chas Existe en el barrio de Parque Chas una manzana acotada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra. 
No es posible dar la vuelta a esa manzana. 
Si alguien lo intenta, aparece en cualquier otro lugar del barrio, por más que haya observado el método riguroso de girar siempre a la izquierda o siempre a la derecha. 
Muchos investigadores han intentado la experiencia formando grupos numerosos. Los resultados han sido desalentadores. A veces sucede que el paseante sigue en la misma calle aun después de doblar una esquina. 
En 1957, un grupo de exploradores franceses desembocó inexplicablemente en la estación de Villa Urquiza. 
Urbanistas catalanes probaron suerte formando dos equipos y partiendo cada uno en dirección opuesta. En cualquier manzana de la ciudad es fatal que los grupos se encuentren en la mitad del recorrido. Pero en este lugar no sucede tal cosa y hasta se han dado casos en que un equipo alcanza al otro por detrás.
Los más pertinaces han realizado excursiones a través de los fondos de las casas, con el resultado de aparecer siempre dejando a sus espaldas calles que no habían cruzado jamás. 
En estas experiencias se descubrió que muchos vecinos son incapaces de indicar en qué calle viven. Asimismo, existen casas que no dan a ninguna calle. Sus habitantes se alimentan de sus propios cultivos o de lo que generosamente les pasan por sobre las medianeras. 
Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Àvalos y Cádiz y que, por lo tanto, es imposible llegar a ese lugar. 
En realidad, conviene no acercarse nunca a Parque Chas. 

Historia de las sirenas de Santa Rita Todas las noches a las dos, en una esquina de la calle Sanabria, lejos de los poderes del Ángel Gris, aparecen las Sirenas de Santa Rita. Se trata de criaturas de perversa belleza, mitad princesas y mitad milongueras. 
Atraen a los caminantes desprevenidos con indecentes pasos de danza y con un canto provocativo que dice así: 
Aquí bailan las Sirenas, 
Sirenas de Santa Rita. 
Lo que te dan con el cuerpo 
con el alma te lo quitan. 

Nuestros amores eternos 
son como estrellas fugaces. 
Somos fieles y constantes 
con el primero que pase. 

Sirenas, Sirenas... 
que se miran y se tocan. 
Le regalamos la muerte 
al que nos bese en la boca.
 

Tal como anuncia la copla, el beso de las Sirenas es fatal. Pero es imposible resistir la tentación. 
Algunos camioneros audaces se atan con cadenas al volante de sus vehículos y pasan por la calle Sanabria para poder ver y escuchar este prodigio. 
Por eso es que hay en esta zona muchísimos accidentes de tránsito. 

Historia de los boletos embrujados Los colectiveros de Flores dicen que entre los miles de boletos que venden hay uno —sólo uno— cuya cifra expresa el misterio del Universo. 
Quien conozca esta cifra sería sabio. 
No se sabe si el boleto ha sido vendido ya o si todavía permanece oculto en las herméticas máquinas que se usan para despacharlos. 
Es posible que en este momento algún pasajero ya conozca el secreto del Cosmos. También puede haber ocurrido que la persona favorecida haya tirado el boleto sin consultar la cifra, o que la haya visto sin saber interpretarla. 
En la Avenida Rivadavia hablan de un boleto rojo, que es el boleto del amor. Quien lo obtenga conseguirá la adoración de todo el mundo, o al menos de sus compañeros de viaje. Se menciona también un boleto verde que condena a su poseedor a viajar eternamente, sin bajarse jamás del colectivo. 
En la línea 86 venden el boleto de la muerte, pero se niegan a indicar cuál es su color y su número, para evitar discusiones con los usuarios. En general, puede afirmarse que todos los boletos influyen de algún modo en nuestra vida. Los inspectores son —ante todo— funcionarios del destino que impiden gambetear a la suerte. 

Historia de los ligustros vecinos Al sur de Flores existen dos ligustros. 
Uno es propiedad del Ángel Gris. Si una pareja de enamorados se recuesta en él para afilar, las hojas ejercen una acción benefactora y excitante. Todas las luces del barrio se apagan y un vals sentimental llega desde las ramas de los árboles. 
El otro ligustro es contiguo y pertenece a los Brujos de Chiclana. Si alguien realiza maniobras de amor en su follaje, padece las peores calamidades. Las damas son raptadas por los brujos y los caballeros molidos a palos. 
No se sabe cuál es la exacta ubicación de estos ligustros y es por eso que las parejas de Flores prefieren los umbrales, los paredones y los yuyales. 
Los Narradores de Historias fueron desplazados por las diversiones modernas. Tal vez es más emocionante jugar al billar japonés que oír cuentos sobre el tesoro de la calle Neuquén o la mujer que nunca mentía. 


En el barrio del Ángel Gris y en otros rincones de la ciudad cunden narradores aficionados que relatan, con la mayor torpeza, sus cotidianas peripecias de oficina. 
No hay que perder las esperanzas. Recorramos la plaza noche a noche. Tal vez en el momento menos pensado oigamos el antiguo pregón olvidado. 
—Historias, historias.... ¿Quién quiere oír una buena historia...?
 

"La Conspiración de las Mujeres Hermosas", de Alejandro Dolina

La Conspiración de las Mujeres Hermosas


Cuando Jorge Allen, el poeta, se cruzaba con alguna mujer hermosa, caía en el mas hondo desasosiego.
Esta muchacha no será para mi – pensaba mientras la veía doblar para siempre la esquina.
Es que cada mujer que pasa frente a uno sin detenerse es una historia de amor que no se concretara nunca. Y ya se sabe que los hombres de corazón sueñan con vivir todas las vidas.
En ocasiones especiales, Allen usurpaba el tranco de las mas buenas mozas para decirles algo.
– Vea: si no me conoce, no podrá usted darse el lujo de olvidarme.
Pero casi siempre ocurría lo mismo. Las pibas de Flores no mostraban el menor interés en olvidar o recordar al poeta.
Cabe ahora mismo salir al paso de la suspicacia general, aclarando que Allen era un joven de grata y recia figura. Además era muy versado en amorosas cuestiones. En verdad, casi no se ocupaba de otra cosa.
Una tarde, envenenado por la fría mirada de una morocha en la calle Bacacay, el hombre tuvo una inspiración: sospecho que la indiferencia de las hembras mas notables no era casual. Adivino una intención común en todas ellas.
Y decidió que tenia que existir una conjura , una conspiración. El la llamo La Conspiración de las Mujeres Hermosas. Allen nunca fue un sujeto de pensamientos ordenados. Pero su idea intereso muchisimo a las personas mas reflexivas del barrio de Flores. El primer fruto que se recuerda de estas inquietudes fue la memorable conferencia en el cine San Martín pronunciada por el polígrafo Manuel Mandeb. Su titulo fue “De las mujeres mejor no hay que hablar” vale la pena transcribir algunos párrafos conservados en la dudosa memoria de supuestos asistentes.
“…Nadie puede negar el poder diabólico de la belleza. Se trata en realidad de una fuerza mucho mas irresistible que la del dinero o la prepotencia. Cualquiera puede despreciar a quien lo sojuzga mediante el soborno o el temor. Por el contrario uno no tiene mas remedio que amar a quien le impone humillaciones en virtud de su encanto. Y esta es una trágica paradoja. “
“…Las mujeres hermosas de este barrio conocen perfectamente la calidad de sus armas y las utilizan con el único fin de provocar el sufrimiento de los hombres sensibles. Ostentan su belleza y sin embargo no permiten que uno la disfrute. Cuentan dinero delante de los pobres. Esta perversa conducta no puede ser inconsciente. Obedece, sin duda a un plan minuciosamente pensado. “
“…Cada vez que me acerco a una señorita para presentarle mi respeto. no recibo otra cosa que gestos de desagrado, gambetas ampulosas y aun amenazas de escándalo. Ya no se puede ceder el paso a una dama sin que se sospeche que esta por permitido perpetrarse una violación.”
Desde la cuarta fila, un grupo de colegialas le retruco al conferenciante, llamando su atención acerca del comportamiento de los conductores de camionetas. Opinaban las niñas que estos profesionales, mas que requerirlas de amores aprecian proponerse insultarlas.
Este que escribe opina que la objeción es interesante. Con toda frecuencia se ven por las calles individuos que lejos de postularse como admiradores de las señoritas que se les cruzan, proceden a agraviarlas con frases puercas.
Aquí surge un tema polémico. ¿En qué consiste el piropo? ¿Cuál es su objeto y esencia?
Algunos sostienen que se trata de un genero artístico: Un hombre ve a una mujer, se inspira y suelta párrafos. No existe la esperanza de una recompensa, basta con la satisfacción de haber cumplido con los duendes interiores.
Si este es el criterio correcto, la actitud de los conductores de camionetas es perfectamente comprensible. Tal vez quepan reparos de índole académica. Se puede opinar que es artísticamente superior un madrigal que un manotazo, pero ambas expresiones se encuadran rigurosamente en la definición que se ha sugerido anteriormente.
Otra corriente – menos desinteresada – piensa que todo piropo manifiesta la intención de comenzar un romance. Vale decir que se espera de la dama que lo recibe una respuesta alentadora.
Difícil será – por cierto – que alguien obtenga una sonrisa a cambio de una grosería. El asunto es apasionante y fue desarrollado por el propio Mandeb, mucho después, en un libro que se llamo “La objeción de las colegialas”, titulo que despertó un equivocado entusiasmo entre los conductores de camionetas.
Pero volvamos a la conferencia. Manuel Mandeb presento durante su exposición a un italiano y a un
brasileño, quienes – dificultosamente – expresaron que, en sus países, los idilios se concertaban en forma rápida entre personas desconocidas y que muchas veces bastaba con leves gestos para entenderse bien.
Curiosamente, el propio conferencista desautorizo a sus invitados.
“…Esta muy bien reclamar la tolerancia de las señoritas. Pero todo amorío debe presentar una cantidad razonable de escollos. Para serles franco, no quisiera saber nada con una mujer capaz de entreverarse en dos minutos con un tipo como yo.”
La conferencia termino en un tumulto. Varias conspiradoras asistentes empezaron a quejarse de recibir propuestas indecorosas de los caballeros vecinos. Probablemente se trataba de conductores de camionetas.
Los Refutadores de Leyendas hicieron oír su voz algunos días mas tarde. En una de sus habituales reuniones manifestaron que no creían en la posibilidad de la conspiración. El argumento de los racionalistas merece consideración: según ellos las mujeres hermosas se odian entre si y es inconcebible cualquier tipo de acuerdo. Declararon también que es falso que esta estirpe no haga caso de los hombres: todos los días uno ve hermosas muchachas acompañadas por algún señor.
Ya en el colmo de la locura, los Hombres Sensibles contestaron que allí estaba el punto: el señor que acompaña a las mujeres hermosas es siempre otro y esto provoca aun mas tristeza que cuando uno las ve solas. No seria extraño que estas damas y sus acompañantes no fueran sino 
íncubos y súcubos que recorren el mundo para ser dique a las almas sencillas.
Ives Castagnino, el músico de Palermo, razonaba de este modo: si el propósito de las mujeres terribles es hacer sufrir a los hombres, tienen dos maneras de lograrlo:
1) No viviendo un romance con ellos.
2) Viviéndolo.
Según parece, al músico lo aterrorizaba mucho mas la segunda posibilidad. Como puede suponerse, las mujeres hermosas consultadas negaron siempre la existencia de la conjura. De cualquier modo, hay que reconocer que la encuesta no fue demasiado amplia. En primer lugar, las señoritas entrevistadas
desconfiaban de los encuestadores y pensaban – con toda razón – que trataban de seducirlas. Y por otra parte resulta una verdadera ingenuidad que, quienes son capaces de una gesta tan oscura, se presten a revelar el secreto precisamente a sus víctimas. Como suele ocurrir en estos casos, el tema de discusión se bifurcó innumerables veces y tomo el rumbo de los tomates.
Hubo quienes pidieron que se aclararan los limites de la hermosura para saber cabalmente quienes eran las mujeres que alcanzaban esa categoría.
La cuestión es ardua, como todo juicio estético. Se pueden tener en cuenta – quizá – algunos indicios. Se dice que si una dama es muy linda, las demás la tendrán por tonta. Pero no puede tomarse este lugar común como precepto, pues es cosa evidente que existen mujeres que, siendo tontas, son al mismo tiempo feas. Inclusive hay gente que sostiene haber conocido señoritas hermosas e inteligentes, lo cual para mi gusto es demasiado.
El asunto se torna todavía mas complejo a causa de la acción de los Agrandadores de Loros, unos caballeros mas bien babosos que con halagos y falsedades consiguen que ciertos bagayos se crean la reina del corso.
Así, los hombres de corazón llegan a padecer la violencia de verse rechazados por damas que jamas pensaron seducir. La tarea de los Agrandadores ha ido muy lejos y ha llegado incluso a las tapas de las revistas y avisos de publicidad, donde se proponen a la admiración de la gente de toda clase de
pescados con disfraz de Colombina.
Pero los Hombres Sensibles siempre supieron cuando se hallaban ante la presencia de una mujer hermosa. Sentían lo que Mandeb describía como una patada en el corazón. Y no se equivocaban nunca.
A decir verdad, jamas se alcanzaron a reunir pruebas convincentes sobre la existencia de la conspiración. Pero sus efectos se siguieron padeciendo.
Pese a todo, Allen, Mandeb y todos sus amigos siguieron recorriendo las esquinas haciendo fuerza para creer que detrás de alguna puerta iba a aparecer la mujer que les salvaría la vida.
Por suerte para los muchachos, hubo siempre entre las dilas conjuradas algunas Traidoras Adorables.
Naturalmente toda traición tiene su precio y muchas veces la exigencia era el amor eterno. Los Hombres de Flores pagaban una y otra vez este arancel.
La denuncia de Jorge Allen ya ha sido olvidada en el barrio del Ángel Gris. Pero aunque nadie converse sobre el asunto, basta con asomarse a la puerta para comprobar que las cosas siguen como entonces.
Allí están las mujeres hermosas en Flores y en toda la ciudad, gritando con sus miradas de hielo que no están en nuestro futuro ni en nuestro pasado.
Allí esta la abominable secta de las Chicas con Novio, poniéndonos ante la espantosa verdad de que siempre hay un hombre mejor que uno. El camino para derrotar a esta muralla es largo y penoso, pero seguirlo es deber de los criollos arremetedores.
No hay mas remedio que quererlas a pesar de todo. Y mas todavía, tratar de que a uno lo quieran. Esta segunda labor es especialmente complicada y puede llevar la vida eterna. Consiste – por ejemplo – en ser bueno, aprender a tocar el piano, convertirse en héroe o en santo, estudiar las ciencias, comprarse
una tricota nueva, lavarse los dientes, ser considerado y tierno y renunciar a los empleos nacionales.
Una vez hecho todo esto, ya puede el hombre enamorado, pararse en la calle y esperar el paso de la primera mujer hermosa para decirle bien fuerte:
– He sufrido mucho nada mas que para saber su nombre.
Seguramente, la tipa fingirá no haber oído, mirara al horizonte y seguirá su camino.
Pero será injusto.

"Un sueño", de Franz Kafka

Un sueño  
Josef K. soñó:

     Era un día hermoso, y K. quiso salir a pasear pero apenas dio dos pasos, llegó al cementerio. Vio numerosos e intrincados senderos, muy numerosos y nada prácticos; K. flotaba sobre uno de esos senderos como sobre un torrente, en un inconmovible deslizamiento. su mirada advirtió desde lejos el montículo de una tumba recién cubierta, y quiso detenerse a su lado. Esse montículo ejercía sobre él casi una fascinación, y le parecía que nunca podría acercarse demasiado rápidamente. De pronto, sin embargo, la tumba casi desaparecía de la vista, oculta por estandartes que flameaban y se entrechocaban con fuerza; no se veía a los portadores de los estandartes, pero era como si allí reinara un gran júbilo.

     Todavía buscaba a la distancia, cuando vio de pronto la misma sepultura a su lado, cerca del camino; pronto la dejaría atrás. Salto rápidamente al césped. Pero como en el momento del salto el sendero se movía velozmente bajo sus pies, se tambaleó y cayó de rodillas justamente frente a la tumba. Detrás de ésta había dos hombres que sostenían una lápida en la tierra, donde quedó sólidamente asegurada. Entonces surgió de un matorral un tercer hombre, en quién K. inmediatamente reconoció a un artista. Sólo vestía pantalones y una camisa mal abotonada; en la cabeza tenía una gorra de terciopelo; en la mano un lápiz común, con el que dibujaba figuras en el aire mientras se acercaba.

     Apoyó ese lápiz en la parte superior de la lápida; la lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse, pero si inclinarse hacia adelante, porque el montículo de tierra (que evidentemente no quería pisar) lo separaba de la piedra. Estaba en puntas de pie y se apoyaba con la mano izquierda en la superficie de la lápida. mediante un prodigio de destreza logró dibujar con un lápiz común letras doradas y escribió: "Aquí yace". Cada una de las letras era clara y hermosa, profundamente inscripta y de oro purísimo Cuando hubo escrito las dos palabras, se volvió hacia K. que sentía gran ansiedad por saber cómo seguiría la inscripción, apenas se preocupaba por el individuo y sólo miraba la lápida. EL hombre se dispuso nuevamente a escribir, pero no pudo, algo se lo impedía; dejo caer el lápiz y nuevamente se volvió hacia K. Esta vez K. lo miró y advirtió que estaba profundamente perplejo, pero sin poder explicarse el motivo de su perplejidad. Toda su vivacidad anterior había desaparecido. Esto hizo que también K. comenzara a sentirse perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso malentendido, que ninguno de los dos podía solucionar. Fuera de lugar, comenzó a repicar la pequeña campana de la capilla fúnebre, pero el artista hizo una señal con la mano y la campana cesó. Poco después comenzó nuevamente a repicar; esta vez con mucha suavidad y sin insistencia; inmediatamente cesó; era como si solamente quisiera probar su sonido. K. estaba preocupado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo rato en el hueco de sus manos. El artista esperó que K. se calmara y luego decidió , ya que no encontraba otra salida, proseguir su inscripción . El primer breve trazo que dibujó fue un alivio para K. pero el artista tuvo que vencer evidentemente una extraordinaria repugnancia antes de terminarlo; además, la inscripción no era ahora tan hermosa, sobre todo parecía haber mucho menos dorado, los trazos se demoraban, pálidos e inseguros; pero la letra resultó bastante grande. Era una J.; estaba casi terminada ya, cuando el artista, furioso, dio un puntapié contra la tumba y la tierra voló por los aires. Por fin comprendió K.; era muy tarde para pedir disculpas; con sus diez dedos escarbó en la tierra, que no le ofrecía ninguna resistencia; todo parecía preparado de antemano; sólo para disimular, habían colocado esa fina capa de tierra; inmediatamente se abrió debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K. impulsado por una suave corriente que lo colocó de espaldas, se hundió. Pero cuando ya lo recibía la impenetrable profundidad esforzándose todavía por erguir la cabeza, pudo ver su nombre que atravesaba rápidamente la lápida, con espléndidos adornos.
Encantado con esta visión, se despertó.

miércoles, 11 de marzo de 2015

lunes, 9 de marzo de 2015

Vincerò! Vincerò!, de Capitán Pablo Cruz

Vencerá el cobarde cuando las palabras no duerman en sus labios.
Vencerá el débil cuando la partida de un amigo logre ponerlo en pie.
Vercerá el abrumado cuando comprenda que la muerte
le pisa los talones.
Cuando de sus ojos caigan lágrimas, el apático vencerá.
Cuando el vértigo venza a la razón, vencerá el razonable.
Cuando no piense y la acción lo desborde, el sabio vencerá.
Será vencido el olvido
cuando borremos el rencor y atesoremos el pasado.
Será vencida la soledad
cuando no tengamos miedo a entregarnos sin mentiras.
Será vencida la angustia
cuando rechacemos cada día lo que no completa nuestro ser.
Venceremos.
Nos venceremos cuando, al despertar, veamos que los enemigos
estuvieron siempre en nuestro corazón y, de entre ellos los peores,
la verdad es:
Sólo el amor es capaz de detener al tiempo y a la muerte.

Grand Bourg, 13/05/2011